Puerto Natales

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miércoles, 31 de octubre de 2012

De pingüinos y otros animales simpáticos. Punta Choros y Reserva del Pingüino de Humboldt


Después de un día disfrutando de tierra y cielo, paisajes y estrellas, hoy me encamino a descubrir vida animal salvaje en Punta Choros, donde está la Reserva Nacional Pingüino de Humboldt.
Pingüino de Humboldt
 Se creó en la década de los ochenta para proteger a este simpático animal cuya población había descendido drásticamente por la caza indiscriminada del hombre y el deterioro de su hábitat natural. La reserva está a 120 km. de La Serena, y los cuarenta últimos es una polvorienta pista de gravilla, pero lo suficientemente plana como para no descoyuntarse demasiado. Mientras la recorríamos, pudimos observar guanacos, camélido salvaje como la vicuña, que no se dejó domesticar como sus primas la alpaca y la llama. Al ver los cerros desnudos, semidesérticos y sólo poblados de inmensos cactus, uno se pregunta cómo pueden alimentarse en este entorno tan hostil.
Guanacos
 Llegamos al embarcadero y a pesar de la temperatura cálida que hacía, observé que el guía cogió del autobús un abrigo impermeable. Allá donde fueres, haz lo que vieres, me dije, y aún a riesgo de ir cargando con ella, hice lo mismo. ¡En buena hora! A pesar de la temperatura exterior, la brisa marina era fría y el sitio que elegí, a babor y bastante adelante, era idóneo para empaparse con el agua que levantaba la barcaza. Total, que con la capucha puesta y la cremallera cerrada hasta los ojos, parecía más un expedicionario del Antártico que un excursionista a la búsqueda de amables pingüinos de clima templado.
Nuestro primer contacto fue con los delfines de nariz chata, hermosos animales que tanta afinidad despiertan al ser humano. Fue delicioso contemplarles nadando plácidamente y hasta alguno nos deleitó con sus acrobacias sacando todo el cuerpo del agua. No es seguro cruzarse con ellos, pero tuve suerte. Las embarcaciones sólo pueden seguirlos durante quince minutos, para no estresarlos y los guías son muy escrupulosos con el cumplimiento de toda la normativa.



 

Jorge era el nombre del que nos acompañó, y amablemente al finalizar el paseo me apuntó el nombre científico de algunos de los animales que vimos. Se nota que amaba su trabajo. Si vais a La Serena y queréis hacer alguna excursión, poneos en contacto con la agencia Ecoturismo.

Nuestra siguiente encuentro fue con los lobos marinos y en concreto una hembra alimentando a su cría.
Los machos son polígamos y conviven con unas diez o doce hembras hasta que un joven les desaloja del harén. Comer, dormir y cuidar el harén, no parece un mal plan, y descansan apaciblemente sobre las rocas, a pesar de que la embarcación se acerca apenas a tres o cuatro metros de ellos, tanto que hasta que te invade el fuerte olor que desprenden las algas adheridas a las rocas.




Tras observar varias docenas de ellos, nos encaminamos a buscar otro de los habitantes de este paraíso: el cormorán Lile. Destaca sobre las rocas por su pico y patas de color rojo.








También contemplamos el alcatraz piquero (Sulla variegata) que llama la atención por la robustez de cuello dotado para soportar las clavadas que hace sobre la superficie del mar para pescar hasta a tres metros de profundidad.



Por último, quedaba el pingüino que da nombre al parque. Lo divisamos en las orillas de la isla, éstos si, a cierta distancia. Nidifican en lo alto de las peñas por lo que cada vez que alimentan a las crías deben emprender el laborioso paseo de subir una cuesta bastante empinada con sus andares característicos. De tanto subir y bajar han dejado un camino que se observa desde la distancia.


Uno de sus depredadores es el lobo marino que habita junto a ellos y sorprende lo próximo que viven unos de otros. Sería emocionante ver al bicho de trescientos kilos de peso perseguir al torpe caminante, que en agua se transmuta en el más hábil nadador.

Por último, desembarcamos en la vecina isla Damas que tiene un par de playas de arena inmaculada y recorrí a pie un sendero que la circunvala, admirando la escasa vegetación compuesta en su mayoría de cactus.









Como siempre me sucede aquí en Chile, el viaje estuvo lleno de contrastes, que creo que es lo que mejor define a esta querida tierra.




sábado, 27 de octubre de 2012

Valle del Elqui: paleta de infinitos colores


De nuevo en camino esta vez en dirección norte.  Mi destino a 515 km  es La Serena y el valle del Elqui, comarca en que se cultiva la uva moscatel con la que se fabrica la bebida nacional: el pisco.

La carretera discurre en su mayor parte, al borde del mar, lo que permite disfrutar del maravilloso paisaje de una costa sin urbanizar repleta de acantilados y playas de arena blanca. El futuro turístico de este país es casi infinito. Ojalá no cometan los errores que se dieron es España y conserven la hermosura de los paisajes sin hollar. Está tan poco urbanizado de hasta hay un  dicho chileno: “Como de los Vilos a Tongoy: nada”. La distancia entre esas dos localidades es como de 300 km.

Después de seis horas de viaje tranquilo, con unas cuantas visitas a las bencineras, llegué a La Serena. Es un centro turístico a lo largo de una inmensa playa que conserva  el centro histórico con iglesias antiguas y una deliciosa plaza. Merece la pena darse un paseo y mezclarse con los lugareños que por la tarde abarrotan las calles principales.

A la mañana siguiente,  destino Cochiguaz,  diminuta localidad al fondo de un valle y que es centro de peregrinación de aficionados al esoterismo. Por el camino que sale de La Serena, vamos ascendiendo y los cerros van poco a poco abrazándonos y mostrando sus tonalidades que van del café al rojo pálido. Al comienzo el valle es amplio y toda la superficie está cubierta de vides que acababan de echar sus primeras hojas de ese verde tan fresco que las caracteriza.
Hago un alto en el camino y en lo alto de un cerro, colgado del azul profundo de este cielo privilegiado, se distingue una construcción humana. Sólo puede ser una en ese entorno tan inhóspito: el observatorio de Cerro Tololo,  que durante años tuvo uno de los telescopios con diámetro mayor del mundo (4 metros) y que se ha quedado como un bebé si se compara con los cercanos de Cerro Paranal (8 metros) y el proyecto que acaba de comenzar en el Cerro Armazones, que tendrá un espejo segmentado equivalente a 39 metros de diámetro. El avance tecnológico del hombre parece que no tiene fin.
Abandonamos el valle por donde discurre el Elqui y remontamos el pequeño rio Claro, que se alimenta de las nieves de los cerros más altos y de una caudalosa cascada que surge en mitad de una ladera. El borde de la capa freática húmeda es perfectamente identificable porque alberga árboles y vegetación en un ancho de unos diez o quince metros. Arriba o debajo de ella, con suerte, sólo crece algún cactus. Este recorrido es de una belleza singular.

Aquí el valle es muy angosto y en los cerros apenas crece  nada de forma natural, pero si se percibe la mano del hombre. Metro a metro, y con inclinaciones de hasta treinta grados, el agricultor le ha ido ganando espacio a la desnudez del cerro, y plantaciones de vides verdean las laderas antes de que aparezca, con brutal contraste, la tierra pelada. Por encima, el azul intenso y puro del cielo más claro del planeta completa esta paleta de una riqueza cromática sin igual.

Para completar este día de disfrute colorístico, faltaba uno: el color negro. Por la noche tenía contratada una visita al observatorio de Mamalluca, centro de divulgación de la observación astronómica que cuenta en sus instalaciones con varios telescopios de aficionado para completar con una cúpula con un telescopio S/C de 400 cm. de diámetro de los espejos que permite una observación fabulosa de los objetos de cielo profundo. Mamalluca está como a 10 km. de Vicuña, y te acercan en autobús subiendo otro de los cerros que envuelven el pueblo, hasta ponerte en contacto con el cielo más hermoso que se puede contemplar en este planeta. ¡Por fin veía el cielo austral! Y creedme que no me decepcionó.





Disfruté con la mejor visión que se puede tener de la Vía Láctea, nuestra verdadera casa universal, que no entiende de disputas regionalistas en ninguno de los millones de planetas y estrellas que la componen. Demasiado grande para malgastar el tiempo en esos pequeños asuntos mundanos. Me emocioné contemplando las mayores nebulosas que se pueden ver a simple vista, Las nubes de Magallanes, con un tamaño relativo mayor que el disco de una luna llena. Me sorprendió la hermosura de la constelación de Escorpio, quizás la única en la que no hay que tirar de mucha imaginación para descubrir porqué los griegos le pusieron ese nombre. Ya con el telescopio, descubrí el segundo cumulo globular más masivo de nuestra galaxia, El Cúmulo Tucán, contemplé un cúmulo abierto, y terminamos con la visión en el gran telescopio de la Galaxia de la Tarántula, objeto imposible de ver si no es con estos medios.

Agotado pero feliz, me dormí sintiendo lástima de aquellos que para vivir experiencias alucinógenas recurrieron al LSD, cuando una simple mirada a tu alrededor te puede poner en contacto con la belleza y la paz más absolutas.

miércoles, 10 de octubre de 2012

Viaje a Concepción. Hacia el epicentro del gran terremoto


Por fin, iba a salir de Santiago. Alquilé un coche pequeño y carretera al Sur, sin plan definido. El alquiler de coche es sensiblemente más caro que en España. La revisión a la entrega es exhaustiva. Te hacen firmar un papel en el que están descritas sobre varias figuras del coche, todas las imperfecciones que tiene el vehículo. Desde microscópicas muescas sin pintura, hasta algún pequeño bollo. Supongo que lo hacen para intimidar y para que cuides el coche. Más adelante entendí por qué.

En Chile no tienen muchos problemas con la señalización en las carreteras. Es fácil, “Al Norte” o “Al Sur” sin carreteras radiales, ni autonómicas, ni provinciales, ni nada de nada.

Una vez en camino, empiezan los descubrimientos. La Panamericana, es una vía de dos carriles por sentido, que no está vallada lo que hace que continuamente crucen personas y animales por ella que le da un plus de peligrosidad. Para que os hagáis una idea, las gallinas picotean el suelo en busca de gusanos a un par de metros de gigantescos camiones articulados que discurren a gran velocidad.
También se pasa algún lugar de nombre singular: Peor es nada. Me quedé con ganas de saber cómo se llaman los que nacen en tan extraño lugar.

Otra de las características del recorrido es la presencia de vendedores ambulantes de todo tipo de productos. Quesos, pan amasado, dulces, naranjas, choclo (maíz) y muchas cosas más. Están por todo el recorrido y en especial en los peajes de la autopista. Pero lo que me intrigaba eran los que agitaban una bolsa de plástico blanca y sostenían un palo del que colgaba una cuerda y unos objetos anudados a ella: cangrejos y camarones de rio. No quise probar ninguno, que no me fio mucho de la fortaleza de mis intestinos.

Durante el trayecto hay que ir abonando distintos peajes ya que toda la carretera es de pago. Un trayecto de 500 kilómetros cuesta cerca de 15 “lucas” (quince mil pesos chilenos, unos 25 euros).

Alrededor de 100 kilómetros de Santiago hacia el sur, está una de las regiones vitivinícolas más famosas de Chile. Durante el trayecto puedes ver los márgenes de la carretera repletos de vides que apenas han echado las primeras hojas. Es una buena ocasión para conocer el valle de Colchagua y Santa Cruz. Yo opté para dejarlo para una ocasión posterior dada su cercanía a Santiago y el mal tiempo que me acompañaba. Mis compañeros chilenos me dijeron que se acordaron mucho de mi, porque a estas alturas del año no suele llover y la temperatura es suave, todo lo contrario de lo que me acompañó casi todo el fin de semana.

Todo el camino se hace entre las dos cordilleras, la del interior y la de la costa, pero a partir de los 200 kilómetros pierdes contacto visual con ellas.

Durante el trayecto conviene estar pendiente de la velocidad, porque hay controles y si sobrepasas ampliamente el límite de velocidad y un radar lo detecta, te pueden impedir seguir conduciendo, con el consiguiente trastorno si vas sólo en el coche, que era mi caso.

Por supuesto que también no puedes probar ni gota de alcohol cuando manejas. Desde hace unos meses se ha instaurado la tolerancia cero y el riesgo de terminar en un calabozo chileno te hace olvidar las delicias del pisco sour y el vino de uva Carmenere.

Después de cuatro horas en las que se puede hacer una media de 90-100 km. a la hora, pendiente eso si de hombre y animales cruzando la vía, comenzó mi primera emoción fuerte. Absorto estaba mirando el paisaje cuando vi que mi depósito de gasolina, de bencina acá, estaba al 30%. Va siendo hora de llenar, me dije. Y según pensaba en ello, desapareció una raya más: depósito al 20%. Hay que espabilar Chema y encontrar una bencinería. Calculaba que tenía para unos cien kilómetros, por lo que no debería tener problemas. ¡Infeliz! Los kilómetros pasaban y de bombas de bencina, nada de nada. En esto que me  salto una. ¡Pero si no estaba anunciada! Y mientras me maldecía, me salté otra que estaba pegada a menos de dos km. ¡Qué forma más rara de competencia! Otra línea menos, 10% del depósito. Acto seguido, venía la desviación para coger la autopista de Itata en dirección a Concepción, y supuse que encontraría alguna. ¡Ja! Quinta velocidad y 80 km/hora. Paisaje maravilloso, bosques y bruma, pero de civilización y personas, nada de nada. Ni casas, ni por su puesto bencinerías.

De pronto veo a tres hombres en medio del monte acarreando leña. Paro y les pregunto. Me dicen que me de media vuelta y vuelva a las que me salté. Llevaba 20 kilómetros recorridos desde ellas con lo que llegaría con el depósito vacío. Después de acordarme de unos cuantos santos y rezar todo lo que recordaba llegué a la gasolinera. Empieza a caer la bencina en el depósito y por el ruido el empleado me dice: Llevaba poco, ¿no? Yo sólo podía sonreír, al haber salvado mi primer y único match-ball de la etapa. Desde el punto en que me di media vuelta, la siguiente bencinería estaba a 50 km., por lo que me habría quedado tirado, sin duda. Estaba a punto de protagonizar en primera persona lo que aquí llaman “la pana del tonto”. Nunca apuréis el depósito por aquí. El haber acuñado esa expresión es claro índice de lo habitual que tiene que ser que les suceda a los extranjeros.

Llegué a Concepción anocheciendo y cansado de tantas emociones. A ver que me depara el día siguiente.

Pues se resume en una palabra: Lluvia. A pesar de que no era ya la época y que no llovía de esta manera desde hacia treinta años, me tocó a mi. Nada de intentar ir a las Termas de Chillán, situadas a más de dos mil metros de altitud tras recorrer una empinada carretera llena de curvas y nieve, con las ruedas de mi coche de alquiler que parecían las del auto de Barbie y Ken.

Concepción es la segunda ciudad de Chile. Apenas quedan monumentos en pie, excepto la bellísima catedral, porque es zona de alto riesgo sísmico. Chile cuenta con el triste honor de tener dos de los diez terremotos más destructivos de la historia clasificados desde que se tienen métodos científicos de medición. Son los puestos primero, Valdivia en  1960, y el séptimo, Concepción en 2010. El primero de 9,4 grados en la escala de magnitud de momento (continuación de la de Richter para grandes terremotos) y Concepción de 8,8 Mw. La ciudad entera de Concepción se desplazó más de tres metros al oeste como consecuencia del sismo. El terremoto de Haití fue de 7,0 Mw, para que os hagáis una idea. La ciudad todavía tiene cicatrices, las calles están en muchos lugares abombadas o socavadas, y se advierten grietas en algunos edificios. Ahora entiendo la revisión exhaustiva del coche, es fácil golpear los bajos o dejarte una rueda por las condiciones de la vía. Pero la gente vive tranquila y feliz sabiendo que la tierra volverá a darles un gran susto en el futuro próximo. No pasa nada, volverán a reconstruir sus ciudades. 

Edificio desplomado como consecuencia de un terremoto

A pesar de todo esto, merece mucho la pena una visita a la ciudad, en donde conviven modernos edificios con casas muy humildes.
Al fin, amaneció radiante y decidí visitar el Pacífico en Playa Blanca, una localidad más al sur. A pesar del sol, el viento era frio, pero el bosque llega hasta muy cerca de la orilla y era hermoso ver cómo las gaviotas jugaban a quitarse los restos de cangrejos muertos que había en la arena.



Aproveché para comer en un chiringuito, donde muy amablemente me pusieron la televisión para que viera el Barsa-Real Madrid. No olvidemos que en el primero juega Alexis Sánchez y ya he escrito sobre cómo viven los chilenos todo lo suyo. Cuando me iba, Cristiano Ronaldo metió el primer gol y con todo el personal del restaurante viendo el partido, no podían entender que un madrileño se fuera sin verlo acabar.



Cuando llegó la noche, el cielo estaba de nuevo cubierto por las nubes y se esfumaba mi deseo de ver la noche estrellada austral.

A la mañana siguiente volvió a amanecer lloviendo y comencé el camino de regreso a Santiago. Como no me iba a pasar lo de la otra vez, eché bencina en un punto intermedio para asegurarme la llegada a mi destino. El coche me lo habían dado con el depósito al 90% y quería devolverlo de igual manera, pero la maldición de la bomba de bencina volvió a actuar. Aunque desde que faltaban cincuenta kilómetros para llegar a Santiago estuve poniendo toda mi atención, no vi ninguna gasolinera, lo que provocó que cuando devolví el coche, el empleado sacó una tabla de coste de reposición de la bencina y me metió un rejón de, fácil, 20 lucas de sobrecoste por no haber rellenado el depósito en el camino.

Cansado, pero contento, llegué al hotel con ganas de volver a la carretera, para ir rellenando el depósito en cuantas bencineras se cruzaran en mi camino.