Puerto Natales

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domingo, 17 de febrero de 2013

La Ciudad de los Césares. Fiordo Última Esperanza


Fiordo Última Esperanza


En el camastro donde descanso, en el interior de la nao capitana, no dejan de acompañarme las instrucciones que me dio en persona el Santo Emperador Carlos, el Año de Nuestro Señor de 1527


 - Dios le guarde muchos años, Don César, le encargo encontrar y cartografiar el paso que nos acerque a las Indias Orientales que no pudo documentar Magallanes en su vuelta al mundo y que nos dará el control de todo el comercio de las riquezas de las Indias. Sabido es que el Cabo de Hornos está maldito por el diablo y que la única manera de llegar al Oriente es encontrar el recorrido que completó Don Fernando en su viaje. En vos confío y en su destreza de navegante. ¡Id con Dios!
 
De aquella conversación han pasado diez meses. Partimos con tres naves cargadas de víveres y de los mejores marinos que conseguí reclutar. También de algunos locos que se embarcaron a la búsqueda de un futuro que su tierra no les podía proporcionar. A fecha de hoy, se preocupan bastante más del presente y su futuro no llega más allá de cuándo su estómago volverá a sentir el mordisco del hambre. Apenas nos queda la nave principal y cien hombres y mujeres cansados de la mar y de comer los pedazos de pescado en salazón y corteza de tocino de cerdo que constituyen nuestra dieta habitual. Llevamos perdidos en los canales de la tierra del fin del mundo los últimos tres meses. 


Cuando cae el sol podemos ver unas extrañas hogueras que iluminan la costa sur de nuestro recorrido. Como encendidas por espíritus de la noche, despiertan todos los fantasmas que acumulamos desde la niñez.





Después de la última tormenta y acompañados, como casi todos los días, por un viento que nos agota luchando con el timón y las velas para llevar la dirección que queremos, recalamos en un paisaje muy diferente al de las últimas semanas. Una vez que pasamos la que bautizamos como Bahía Inútil, por los recursos que desperdiciamos en su exploración, cruzamos el Paso del Hambre y se produjo un cambio en el paisaje casi mágico. De las tierras yermas del este, en cuestión de unas pocas millas, la naturaleza nos bendijo con un paisaje amable. Bosques y praderas en las nos pudimos abastecer de carne y algunas frutas desconocidas que han levantado la moral de la tripulación y su confianza en el fin de nuestras penas.

No obstante, seguimos perdidos y sin encontrar la salida de este laberinto.


Contemplamos enormes animales descansando encima de las rocas en los bordes de acantilados esculpidos en la roca a golpe de un cincel de magnitudes ciclópeas.


Lobos marinos


Los animales son abundantes en esta región. Divisamos muchos pájaros, e incluso, algunos cuadrúpedos parecidos a pequeños venados que vagan por los pastizales que recorremos. Las tierras son muy verdes y se intuye la fertilidad que acumulan en su interior.





Jamás vi paisajes tan hermosos y tan lejos de la tierra a la que amo. Aquí la mar es calma y los únicos sonidos que escuchamos son el rumor del viento y el sonido de las cascadas y del agua que vuelve a reencontrarse con ella misma en el seno de los fiordos. 


Recién atravesado un cabo, contemplamos algo extraordinario. Una montaña abraza una inmensa pradera helada y la deposita con suavidad hasta besar la superficie del mar. ¿Qué es esta maravilla? Jordán, el único bachiller que nos acompaña, no deja de tomar notas y dibujar todo aquello que vemos, como poseído por la fiebre.


Glaciar Balmaceda


Decido echar el ancla y explorar los alrededores. Una vez en tierra, caminamos unas pocas horas y descubrimos otra lengua de hielo en un entorno amistoso que invita a descansar, a yacer, a quedarse.


Glaciar Serrano

La voz del Emperador resuena en mi cabeza conminándome a seguir la búsqueda…Y me pregunto…

¿La búsqueda de qué? ¿Qué quiero hacer en la vida? Y lo que mi interior inmediatamente me reclama,  ¿Qué quiero hacer con mi vida?

Tengo instrucciones de la más alta autoridad que la historia ha conocido, tengo su mandato y su confianza. Pero… ¿Y yo? ¿Qué quiero?

Ahora siento que soy el guardián del cuerpo y del alma de mi tripulación.  Llevamos seis meses de navegación soportando penurias sin fin y de pronto nos encontramos con una tierra que nos regala un sitio donde vivir. El bachiller me dice que ha creído reconocer indicios de lo que podría ser la presencia de oro o plata y que la tierra es fértil y preparada para alumbrar las pocas semillas que conservamos.


¿Qué debo hacer? O, también, ¿Qué no debo hacer?


Las preguntas se acumulan en mi interior sin saber darles una respuesta. No consigo que el viento que nos acompaña se las lleve lejos de mí. La noche, con la visión de unas estrellas desconocidas hasta para un navegante avezado, me da luz.


Mañana hablaré con mi tripulación. Nuestro barco, el que fuera una nave orgullosa, sólo tiene el aspecto de un cascarón desvencijado con el alma muerta. Nosotros, estamos igual. Somos su espejo.

No quiero seguir el viaje. Escribiré mi renuncia al mandato que me dio el Emperador, y se la  entregaré al viento que siempre nos acompaña para que se lo lleve directamente a Él. No quiero hacer otra cosa. No, a un coste impagable para mí, y para los que quieran ser compañeros de mi nuevo viaje.

Los que deseen continuar, se llevarán la nave para completar la voluntad del Emperador y regresar a su tierra. Yo, encontré otra. 
Probaremos a fundar una ciudad, quizás, La ciudad de los Césares.


La Ciudad de los Césares…