Puerto Natales

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miércoles, 7 de noviembre de 2012

La tristeza vaga por Santiago


Una de las cosas que me llamó la atención de mi primer contacto por Santiago fue el número de perros abandonados que te encuentras. Como si fuera el Madrid de los años sesenta, te cruzas con una gran cantidad de ellos, por corto que sea el paseo.



Por la mañana les ves moverse de forma cansina de donde pasan la noche, hacia el lugar en el que alguien les dará sobras o despojos para sobrevivir. Durante el día los ves dormir en cualquier parte, ajenos al bullicio de la gran urbe. No están especialmente delgados, pero sí sucios y con signos de echar de menos una larga visita al veterinario.




Me producen una enorme tristeza verlos todos los días vagando con la mirada perdida, en un lugar que no fue hecho para ellos, y casi, ni para los humanos. No obstante, recuerdo que en España se les recoge, como preludio de una muerte poco menos que segura, y no termino de ver con cuál de las alternativas me quedo. Desconozco si hay otras mejores que sean viables.



Pero, no todos provocan lástima. Me emociona ver muchas mañanas a uno en La Alameda, tan callejero como los demás pero majestuoso como pocos, acompañar con porte militar a una pareja de carabineros que regulan los inevitables tacos de las mañanas santiaguinas.
Desheredado de su destino, ese espléndido animal lleva en sus genes la estirpe de un príncipe, aunque la vida sólo le alcanzó para ser un mendigo. A pesar de ello, pasea con orgullo su condición y estoy convencido que muchos de los perros que duermen a cubierto y tienen garantizada una comida todos los días, le envidian sin saber a ciencia cierta por qué.

No tengo por menos que acordarme de las palabras que escribió Víctor Frankl: “El hombre es el ser que siempre decide lo que es”.
Nosotros no podemos elegir lo que nos pasa, pero sí podemos decidir cómo vivir lo que nos pasa.
Nuestro anónimo protagonista, como si quisiera llevarle la contraria al profesor, ha decidido ascender en la escala evolutiva y ser dueño de sí, a pesar de las circunstancias que le toca vivir.

P.D. Dedicado a quien fue mi amigo y compañero de juegos y paseos, cuya muerte he llorado más que la de muchos humanos.

Si…Piñón, ya salgo,…nos vamos… ¡de paseo!