Al sur de San Pedro se encuentra el famoso
salar de Atacama. Es una extensión de cerca de 3.000 kilómetros cuadrados cuya
superficie está compuesta de sales potásicas y de litio y que, junto a las
zonas limítrofes de Bolivia y Argentina, concentran el 85% de las reservas conocidas
de litio del planeta.
Los compuestos salinos han cristalizado y la superficie
es muy irregular y casi imposible de recorrer a pie.
De su fama como lugar inhóspito dan cuenta los
testimonios de los valientes que intentaron atravesarlo en los orígenes de la
conquista de América.
En este desolador paisaje existen unas lagunas
cubiertas de agua salada en donde habitan como por arte de magia varias
especies de flamencos.
Estos pájaros, como si parecieran estar siempre en frágil equilibrio aupados por sus patas de grosor microscópico, se alimentan de pequeños crustáceos que subsisten en ese medio tan contrario a la vida. En la laguna Chacra, si te acercas demasiado a los pájaros, el olor de los excrementos de los flamencos, acumulados durante milenios, te invita a dar marcha atrás y a contemplar a estas gráciles aves a más distancia.
Aquí a
finales de noviembre, de la primavera austral, el sol castiga duramente
la piel, pero incluso a las horas centrales del día debajo de una sombra, no se
siente un calor exagerado.
Continuamos más al sur a la búsqueda de las
lagunas Céjar y Piedra. En esta segunda te puedes bañar, aunque conviene llevar
algo de agua dulce para aclararte la piel.
En nuestro recorrido, paramos a recorrer un
tramo de las innumerables quebradas que hay por la zona.
Como inexplicables oasis en medio del desierto más descarnado, las aguas de nieve que habita más allá de los cuatro o cinco mil metros de altitud, recorren un corto viaje convirtiendo su camino en un vergel que la imaginación no puede dar forma. Los álamos, los olivos y los frutales crecen en rincones ocultos a la curiosidad de los viajeros que recorremos la carretera 23, camino de encontrarnos la maravilla de este paisaje.
Paramos en Toconao y recorrimos unas calles muy
pintorescas en estos asombrosos pueblos de cuya existencia es difícil encontrar
una explicación.
Una vez en casa, y después de disfrutar de unas
horas de contemplación del cielo nocturno, me fui a la cama porque mañana me
esperaba un madrugón espectacular: ver amanecer sobre los geiseres del volcán
Tatio.