Puerto Natales

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jueves, 28 de marzo de 2013

Expectativas, compromisos y pan amasado en Puerto Varas



Lago Llanquihue y Puerto Varas



Despego de Punta Arenas para volar 1.600 kilómetros en dirección norte con destino Puerto Montt, capital de la Región de los Lagos.
Una lluvia intensa me recibe a la llegada, como es tradición en esta comarca.
Puerto Montt habita en mi memoria ligado a la canción que Víctor Jara compuso en protesta por la muerte en 1969 de diez personas en el desalojo de unas fincas ocupadas por ellos con la intención de obtener su propiedad por falta de ningún otro uso. Os adjunto un enlace por si queréis recordar la canción https://www.youtube.com/watch?v=KD6PPld4e7c

 A pesar del romántico recuerdo, no consigo encontrar ninguna referencia especialmente positiva que me invite a conocerla más en profundidad, y salgo del aeropuerto con destino a la cercana localidad de Puerto Varas. Es una pequeña y coqueta ciudad a la orilla del lago Llanquihue que tiene su origen a mediados del siglo XIX y fue producto de las iniciativas de colonización del sur de Chile. Poblada en sus comienzos por inmigrantes alemanes y austríacos, su huella permanece en los edificios y, cómo no, en la gastronomía. La usaré como base de mis próximas excursiones.

Puerto Varas, lago Llanquihue y volcanes Osorno y Calbuco


El primer día lo empleo en recorrer la ciudad tranquilamente, bajo la lluvia, y en degustar su apetitosa gastronomía. Comí en un restaurante en el mercado municipal que nunca habría encontrado sin la ayuda de mis guías y que es cien por cien recomendable, “Donde el Gordito”, es su nombre. En un pequeño comedor tuve ocasión de comer las delicias de la región (inolvidables sus pescados en salsa de jaiba, cangrejo allí, o sus almejas machas al parmesano, con ese maridaje queso-marisco que tanto me llamó la atención al llegar a Chile y que he incorporado a mi gastronomía). Me vence la lluvia y decido reponerme de un resfrío que me traigo del sur, a la espera de nuevas aventuras. 



Amanece sin lluvia, pero plomizo, y sin rastro del volcán Osorno que debería verse en el horizonte. Salgo temprano en un coche alquilado con intención de conocer el Parque Nacional del Alerce Andino, una reserva de un árbol endémico de la zona y que por motivos profesionales conozco sobre el papel desde hace veinte años. Es el alerce (larix) patagónico, fitzroya cupressoides, que en realidad no es un alerce propiamente dicho, pero que así se denominó por su parecido con los auténticos.



 Es una especie muy longeva y se tienen árboles datados con edad superior a los 2.500 años. Pero además, su madera es muy resistente contra la humedad y el ataque de insectos, por lo que era usado en la fabricación de tejas para las cubiertas de los edificios. En la actualidad está protegido y sólo se pueden aprovechar los ejemplares muertos.
No hay demasiadas referencias a este parque en los libros que me guían y obtengo de internet una ruta de entrada por la parte oeste que además me permite bordear el lago Llanquihue.



Intenté comprar algo de comida en Puerto Varas, pero tras varias vueltas con el coche sin poder aparcar cerca de alguna tienda, decidí partir sin avituallamiento, porque algo encontraría en el camino, pensé.
Tomé dirección noroeste hasta Ensenada y luego dirección sur hacia Canutillar con la esperanza de acceder al parque por allí. El paisaje era muy lindo, a pesar de la lluvia, y la carretera discurría entre laderas muy empinadas cubiertas de alerces. No obstante, la pista en la que se había convertido la carretera me obligaba a ir muy despacio y se me estaba haciendo la hora de comer. No había caído en la cuenta de que no había ningún pueblo en el recorrido y la idea de saciar mi apetito con las tristes patatas fritas de bolsa que me acompañaban, no me seducía mucho. En esto que veo una casita muy humilde con un cartel en la puerta: “Hay pan amasado”. ¡Bien! Sólo de pensar en un delicioso pan artesanal recién salido del horno me hizo salivar como una hiena.
o   ¡Buenas tardes! (en Chile se usa esta expresión desde las 12 del mediodía). He visto que tienen pan amasado, ¿tendrían algo para acompañarlo?
o   Claro, creo que me queda algo de cecina. Pase para dentro.
¡Esto ya era demasiado! Sin duda soy un tipo con suerte. La salivación era ya como de una manada de hienas hambrientas. Mi boca se llenó del saber dulce de mí querida cecina de León y el aroma a carne ahumada me pareció que llenaba toda la estancia donde me hizo pasar el amable lugareño. Era el típico colmado de pueblo donde podías encontrar casi de todo.
o   ¿Quiere que le unte mantequilla en el pan?
¡No puede ser! Mantequilla casera para acompañar un bocado de dioses. Temí que todo fuera un sueño y que de pronto me despertara en la habitación del hotel sin haber disfrutado de estos manjares.
Y, efectivamente, desperté súbitamente cuando vi acercarse al tendero con las viandas. La mantequilla era industrial, y la cecina, unas tristes lonchas de jamón york. En fin, al menos el pan era amasado.
Si, si, amasado, pero poco, porque cuando le hinqué el diente al bocadillo, aquello no pasaba por la garganta si no era acompañándole de un trago de agua. Cuando terminé el primero de los dos bocadillos que me prepararon, estaba perfectamente “engollipao”. Sentí mucha nostalgia de las maravillosas marraquetas, otro tipo de pan chileno, que desayunaba todos los días en Santiago. Mi consuelo es que si tenía una avería en el coche, no moriría de hambre porque la digestión del primer bocadillo me iba a durar días. Y todavía me quedaba el segundo….
Esta pequeña anécdota trajo a mi cabeza la cantidad de veces que llenamos de expectativas nuestra vida y que, al no hacerse realidad, nos provocan sufrimiento. El tendero me dio lo que me prometió: pan amasado, cecina (cualquier tipo de embutido en Chile) y mantequilla. Fui yo el que fantaseó con los datos recibidos y el único responsable de mi decepción. Ser consciente de esto último ayuda a superar la desilusión inicial y a ser más dueños de lo que uno puede hacer. Muchas personas viven en mundos de expectativas esperando que les sucedan las cosas que desean, mientras otros optan por el compromiso, honesto y personal, de poner todo de su parte para conseguir sus objetivos. Si hubiera querido tener un almuerzo inolvidable, podría haberme acercado andando a una charcutería de Puerto Varas, comprar alguno de sus embutidos, que los tienen y deliciosos, y un buen pan. Así de sencillo. Continué el camino riéndome de mi mismo y de mi inocencia.
La pista se hacía cada vez más difícil de transitar y estaba empleando demasiado tiempo en llegar al parque. Paré en un puesto de carabineros y me indicaron que por el lado oeste no había ninguna entrada. Me hubiera gustado llegar hasta Contao, apenas a unos cuantos kilómetros más al sur, pero otra vez será. Media vuelta y adiós mi primer objetivo del día.

Saltos de Petrohué y Volcán Osorno


De regreso me acerqué a conocer los saltos del  Petrohué, unos rápidos donde las rocas estrangulan al rio y sus aguas color esmeralda contrastan con las piedras negras de origen volcánico. Para entonces el Osorno se dignaba a mostrarse hasta la mitad de toda su altura, dejando intuir su hermosura.



Por último me acerqué a la localidad de Petrohué, donde al día siguiente tomaría un barco muy temprano para atravesar el lago Todos los Santos, que ya relaté en mi anterior entrada. Algunos de los hombres más ricos de Chile tienen allí su residencia de vacaciones. Os podéis imaginar por qué.

Petrohué


El día no podía terminar mejor, conociendo lugares de una belleza enorme e imprescindibles si se aterriza por aquí.
No me equivocaba, realmente yo era un tipo con suerte, aunque mi estómago, todavía en proceso de digestión del pan amasado, no estuviera muy de acuerdo conmigo aquella noche.








4 comentarios:

  1. Pobrecito!!!!!!!!!!!!!!! Tú imaginando aquellos bocatas de la tía Aurelia, que en paz descanse...
    Muy buena la historia. Un besito

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  2. Por un momento me teletransporté a la hornera de la tía, y todo me sabía a gloria.
    Besos.

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  3. Jejeje lamento lo del pan con mantequilla!! Seguro para la otra habrá más suerte!! Pasaste x fuera (supongo) de un restaurante llamado La Olla ( puerto varas camino a ensenada) es exquisito!!

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    1. Fue una pequeña desilusión lo de la matequilla, pero tuve ocasión de disfrutar de la buena cocina y de los buenos productos naturales de la región. Y lo del restaurante La Olla, me lo apunto para la próxima vez que vaya allá. Un abrazo Nadia.

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