No tengo nada de suerte.
No valgo nada.
La vida no vale nada.
No quiero hacer nada.
No me gusta nada.
No te quiero nada.
¿Cuántas veces al día repetimos
la palabra NADA?
Me temo que muchas veces. Aunque,
en realidad, es la palabra más mentirosa del diccionario. Sencillamente no
existe. Y está demostrado con la ciencia que construye hoy nuestra explicación
del universo que habitamos.
Hace poco tiempo se pensó que con
extraer todo el aire de una campana hermética habríamos conseguido el vacío, un
lugar en el que no hubiera nada. Hoy sabemos que no es así. Aunque no hubiera
ni un átomo de aire, la campana estaría llena de ondas gravitacionales. Y si para
evitarlo nos la lleváramos en un recipiente ingrávido imaginado a un punto del
universo alejado de cualquier materia a millones de años luz, estaría llena de
ondas, muy débiles, pero llena de algo. Y encima algún neutrino cruzándola de
vez en cuando. No existe la nada.
Si me crees, prueba a suprimir
esa palabra de tu forma de hablar y de pensar:
Prueba a no buscar las
explicaciones de lo que pasa en la vida en una palabra tan etérea como suerte.
Remueve dentro de ti y encuentra
los valores que tienes y que intuyes que están ahí.
La vida lo es todo. Fuera de ella
estamos más cerca de una nada.
¿Seguro que no te gustaría hacer
algo?
Eso que dices que no te gusta
nada, ¿no puede despertar en ti ni un sentimiento?
Si tu amor se fue, ¿qué queda?
Cuando era un niño había un
acertijo muy popular que trataba sobre la nada:
“¿Qué es la nada? El que nada no
se ahoga. El que se ahoga es un bruto. Bruto mató a César. De César no queda
nada. Eso es la nada”.
Tiempo después se difundió un
estudio científico que afirmaba que cada vez que inspirábamos, entraban en
nuestro cuerpo algunos átomos del aire que exhaló César cuando, antes de morir,
clamó: ¡Tú también, hijo mío!
Si dejas de hablar, de escribir y
de pensar con la palabra nada, estarás abierto a TODO. Pruébalo si quieres, no pierdes NADA.
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