Una de las cosas que me llamó la atención de mi primer
contacto por Santiago fue el número de perros abandonados que te
encuentras. Como si fuera el Madrid de los años sesenta, te cruzas con una gran
cantidad de ellos, por corto que sea el paseo.
Pero, no todos provocan lástima. Me emociona ver
muchas mañanas a uno en La Alameda, tan callejero como los demás pero
majestuoso como pocos, acompañar con porte militar a una pareja de carabineros
que regulan los inevitables tacos de las mañanas santiaguinas.
Desheredado de
su destino, ese espléndido animal lleva en sus genes la estirpe de un príncipe,
aunque la vida sólo le alcanzó para ser un mendigo. A pesar de ello, pasea con
orgullo su condición y estoy convencido que muchos de los perros que duermen a
cubierto y tienen garantizada una comida todos los días, le envidian sin saber a
ciencia cierta por qué.
No tengo por menos que acordarme de las palabras que
escribió Víctor Frankl: “El hombre es el ser que siempre decide lo que es”.
Nosotros no podemos elegir
lo que nos pasa, pero sí podemos decidir cómo vivir lo que nos pasa.
Nuestro anónimo protagonista, como si quisiera llevarle
la contraria al profesor, ha decidido ascender en la escala evolutiva y ser
dueño de sí, a pesar de las circunstancias que le toca vivir.
P.D. Dedicado a quien fue mi amigo y compañero de
juegos y paseos, cuya muerte he llorado más que la de muchos humanos.
Si…Piñón, ya salgo,…nos vamos… ¡de paseo!