“Cualquiera puede enfadarse, es algo muy
sencillo. Pero hacerlo con la persona adecuada, en el momento oportuno, en el
grado exacto, con el propósito justo y del modo correcto, eso, ciertamente, no
resulta tan sencillo”. Aristóteles.
Marta sobrevive en una habitación triste y fría a la que llegó abandonando
su tierra buscando una vida mejor. A pesar de estar en verano, el frío de la
noche se cuela por las rendijas de la maldita ventana que apenas sirve para
impedir el paso de las moscas y de las arañas, siempre las malditas arañas.
“Hice todo lo que me dijeron, fui una buena chica, y estoy aquí a miles
de kilómetros de la gente que quiero y que me quiere. Fueron los políticos, los
que me obligaron, los que hundieron el país, ¡malditos seáis! Dos años buscando
trabajo mandando curriculums y nada. Sólo estas cuatro paredes de mierda”.
Una de las emociones que más
acompaña a los que hemos tenido que emigrar en alguna ocasión es la ira.
¿Quién no se enfada a menudo? ¡Es
de lo más normal!
La ira o el enfado, es una de las
emociones con la que convivimos a diario. Es natural y se asocia a menudo con
la defensa de las ideas, la fortaleza de carácter e incluso, con la virilidad.
Esto ha hecho mucho daño porque la frontera entre la violencia y la ira, es muy
tenue. De hecho se podría hacer una clasificación de esa emoción en función de
su intensidad: rabia, impaciencia, rencor, ira, intolerancia, odio, violencia,
crueldad y sadismo.
Pero, ¿qué sentimiento esconde o protege
la ira?
Su anatomía más inmediata es la
de un incremento en el flujo sanguíneo de los brazos, con aumento de la
frecuencia cardiaca y la producción de adrenalina, para poder asir una piedra o
un palo, y poder conseguir lo que quieres. Pero, ¿qué es lo que quieres?
Es lógico que estés cabreado, te
han echado de tu país, después de haber hecho todo lo que se suponía que tenías
que hacer. Estudiar, ser buen hijo, buen ciudadano, para al final sentirte
abandonado en medio de la callejuela más inmunda que te puedas imaginar.
Tiempo atrás vi la película
“Guardianes de la Galaxia”. En ella un personaje brutal Drax el Destructor, un
guerrero con sed de venganza después de que un villano asesinara a su mujer y a
su hija, pronunciaba una frase que me dejó pensativo:
“He descubierto que mi ira, que
mi violencia, sólo buscaba esconder la pérdida”.
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Drax "el destructor"
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De mi experiencia en grupos de
Facebook de españoles que han tenido que emigrar, se advierte una violencia
contenida que a menudo estalla en post intrascendentes.
¿Cómo vives tú la ira? ¿Es una
emoción que te acompaña frecuentemente?
“El enfado es la más seductora de las
emociones negativas. Proporciona argumentos convincentes para justificar el
poder descargarlo sobre alguien”. Daniel Goleman.
Ella estaba harta. Cansada de pelearse consigo misma, con los pocos con
los que la apreciaban en aquel remoto lugar del mundo. En definitiva, cabreada
con todos y con todo. Como tantas otras veces que gastaba su vida en hacer
nada, miró la pantalla de su móvil de última generación. Leyó unas palabras que
ocupaban toda la pantalla: ¿Te gustaría liberarte de tu ira?
La rabia suele ir acompañada de
un sentimiento de injusticia. Nos enojamos cuando algo nos frustra, cuando no
sucede lo que queremos o lo que esperamos que suceda. Cuando las cosas no son como
nos gustaría. Cuando nos obligan a hacer cosas que no queremos hacer.
También está muy ligado con la
sensación de pérdida, de distancia. Sin tenerlo presente, la ausencia de
alguien (un ser querido por ejemplo) o de algo (nuestro barrio, nuestros
conocidos, nuestra comida, nuestros chistes, nuestro país en definitiva) puede
poseernos y enquistarse en un estado de ánimo de cólera o de violencia, que
quizás no percibamos claramente, pero que la gente que está a nuestro
alrededor, si lo hará.
Y habitualmente la vivimos en
términos de o todo o nada.
Es muy curioso como viven esta
emoción los lobos. Son unos animales muy combativos y esto ha permitido que a
lo largo de la evolución pudieran convertir en un rito el perdón y el castigo,
logrando rescatar lo esencial del combate entre ellos, cuyo fin es determinar
quien se va a quedar con el territorio para ser el macho alfa. Por este motivo,
cuando en el curso de la pelea el que siente que va perdiendo ofrece su cuello
al rival en un acto de sumisión total, se genera el contrincante un reflejo que
lo aleja del perdedor y le perdona la vida. Momentos antes estaban poseídos por
la furia y por la rabia más atroz, pero provocar una emoción contrapuesta,
desactiva de raíz la que se está sintiendo.
“Quisiéramos que la espiritualidad fuera fácil, rápida y barata. Lo cual es
tanto como decir que inexistente”. Dalai Lama.
Desde aquel día en que aparecieron las extrañas palabras en su móvil
escritas por la mano de dios sabe quien, su vida había dado un giro de 180
grados. Había aprendido que estaba allí por su voluntad, y que sólo ella tenía
la responsabilidad de haber querido salir de su país a buscarse la vida. Que la
forma de vida de su nuevo destino no era las suya pero que no tenían nada malo,
era distinta nada más. Que podía aceptar, aunque no compartiera, los usos y
costumbres de los habitantes de su nuevo país. Y que sólo con pensar por unos
momentos lo que estaba sintiendo, podía desactivar la bomba que le había
estallado en las narices todos los días los últimos meses desde que llegó.
Aumentar tu grado de inteligencia
emocional no es sencillo.
Cuando sientas que llega la ira debes
reflexionar sobre si es proporcional lo que sientes con lo que te lo ha
provocado. La mayoría de las veces no lo es.
Hay que evitar la idea de que
como es una emoción natural, no hay que intervenir.
Los creadores del concepto de
inteligencia emocional, Peter Salovey y John Mayer proponen un modelo de
actuación en inteligencia emocional.
Identificar las emociones.
Entenderlas. Usarlas. Y por último saber gestionarlas.
Quizás el primer paso,
identificarlas, sea el más importante. Cuanto antes te des cuenta de que estás
bajo el influjo de la ira, mejor podrás contra ella. Porque normalmente, además
después de un episodio de ira, te encuentras mal y arrepentido de tu
comportamiento. Es muy frecuente hablar de estar “secuestrado” por una emoción.
Y ¿cómo se puede gestionar una
emoción? Lo primero que puedes hacer es procurar salir de ella cuanto antes si
no te encuentras a gusto. Y, ¿esto es posible? Sí, aunque no sea fácil. La
inteligencia emocional tiene que ver bastante con afrontar la emoción desde el
primer momento en el que nace. En este punto, me gusta la solución que proponen
desde el budismo: busca un antídoto, otra emoción que desactive la ira. Es
intuitivo que no puedes tener a la vez dos emociones contrapuestas. Yo creo que
no puedes estar a la vez en el amor y en odio a la vez sobre el mismo objeto. Frente
a la ira yo contrapondría el perdón, o la paciencia, o quizás la compasión,
depende de qué desencadenó la rabia.
Las emociones nos acompañan, al
hombre y a los animales más evolucionados, desde el principio. Tienen un
fundamento clarísimo, son la llamada a la acción cuando esta es más importante
que la reflexión. Por esto último, para que la cólera sea legítima debe ser más
beneficiosa que dañina. Debe responder proporcionalmente a aquello para lo que
fue diseñado. Una ración extra de fuerza o adrenalina, nada más. Es por esto
que en el mundo actual donde la fuerza no es un elemento crítico de la
supervivencia, la ira está bastante fuera de lugar.
La próxima vez que sientas que te
llega la rabia, respira, ponle nombre (“ya está otra vez aquí mi rabia, esa
pesada”) y perdona a quién te la ha provocado. Casi seguro que no lo ha hecho a
propósito, y si lo ha hecho adrede, escapa de él, no te compensa ni te
interesa. Tú quieres ser el dueño de tu felicidad y algo se interpone. Ese algo
es él y la ira.
Os dejo con una canción que
espero que os despierte una sonrisa.
Gracias
por llegar hasta aquí. Nos vemos en el camino.